Una de las crisis más graves y preocupantes es sin duda la relacionada con la industria de los combustibles. La búsqueda de recursos distintos a la gasolina u otros derivados del petróleo para (literalmente) propulsar el mundo lleva una eternidad y ahora parece que la orina (sí, leíste bien) podría ser la solución. 

Desde hace varios años, diversos sectores tecnológicos han buscado producir, crear o utilizar nuevas fuentes de energía que, además de ser más rentables y renovables a largo plazo, tengan un menor impacto ambiental. 

Aquí es donde la presencia de sustancias químicas en la orina puede posicionarse como una solución viable en un futuro próximo. 

Estamos hablando del amoníaco, un químico abundante en la orina, que es una combinación de hidrógeno y nitrógeno que se ha demostrado que libera energía rápidamente y proporciona una alta densidad de energía por unidad de volumen en la combustión. 

Estas propiedades lo ponen en el radar de aquellos que buscan nuevos combustibles para impulsar vehículos (incluso aquellos considerados vehículos pesados como aviones o camiones), que los investigadores creen que tiene grandes beneficios en términos de impacto ambiental. 

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En este sentido, la ventaja no es más que la química. El nitrógeno de los químicos antes mencionados presentes en la orina no contiene carbono, lo que evita la liberación de dióxido de carbono, monóxido de carbono y otros contaminantes que causan el llamado efecto invernadero cuando se quema el amoníaco. 

Entre la orina, el amoníaco y el combustible 

El uso de amoníaco en la industria no es nada nuevo. Se ha utilizado en el campo durante más de un siglo, por lo que existe infraestructura en todo el mundo para su almacenamiento, procesamiento y entrega. 

Sin embargo, el progreso en la conversión de la orina en amoníaco para la producción de energía apenas ha ido más allá de la academia. 

El estudio más reciente, firmado en 2017 por investigadores del West of England Universe, dio como resultado las llamadas celdas de combustible microbianas (MFC, por sus siglas en inglés), una serie de circuitos alimentados por microbios, como los que se encuentran en la orina de las bacterias, que pueden alimentar algunos robots 

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Si bien es necesario potenciar estas tecnologías para extraer amoníaco de la orina en espacios limitados, lo cierto es que su viabilidad como combustible ha comenzado a ganar nuevas batallas. 

El año pasado, la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong demostró el primer vehículo eléctrico de celda de combustible impulsado por amoníaco del mundo, mientras que el fabricante danés MAN Energy Solutions está desarrollando un motor de amoníaco de dos tiempos con miras a entregar el primero para 2024. 

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Acerca del Autor

Roberto Dávila

Redactor de contenidos en Bytelat y Marketeros LATAM

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